[[include:Aerial_View_of_Pizza_San_Pietro_and_City_from_Dome_of_St._Peter's_Basilica,_Vatican_City.allposters|right|]] Para la Iglesia Católica, las afirmaciones sobre asuntos de fe y moral hechas por el Papa cuando habla “ex cátedra” se consideran inspiradas del Espíritu Santo y por lo tanto, infalibles. Sin embargo, este dogma de fe no tiene sustento bíblico alguno, en efecto, Jesús no otorgó esta facultad a los sucesores de Pedro.
Fue en el Concilio I, en 1870 cuando se discutió la infalibilidad papal. En este concilio, en el que participaron mil obispos, solo la mitad votaron a favor del concepto. Pio IX, Sumo Pontífice por entonces, no sometió el tema a debate, introduciendo una afirmación que había estado ausente a lo largo de los diecinueve siglos que por entonces tenía la historia de la Iglesia.
Muchos obispos (la mayoría de origen franceses y centroeuropeos) se pronunciaron disconformes con esta medida y abandonaron el concilio. Sin embargo la infalibilidad se convirtió en dogma.
La infalibilidad se opone a la libertad de pensamiento en tanto nadie tendría derecho a cuestionar las decisiones del Papa. Fue necesario que un siglo después, el 7 de diciembre de 1965, el Papa Pablo VI cerrarse el Concilio Vaticano II proclamando la libertad religiosa en su documento Dignitatis Humanae, que refería a la dignidad de las personas y del derecho de estas y las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa. Esta propuestas fue aprobada por abrumadora mayoría.
Así, a partir del Concilio Vaticano II se consagraba dentro de la Iglesia Católica un principio que ya estaba presente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Así, Pablo VI se enfrentaba a la teoría del Pio IX según la cual “el error no tiene derechos”, lo que autorizaba al Papa a impedir actuaciones en contra de la verdadera religión llegando incluso a aplicar castigos.
Desde ya, las Iglesias Protestantes, rechazan la infalibilidad papal puesto que para ellos, solo la palabra de Dios es infalible.